Caminar por el campo menorquín, aunque sea solo por el Camí de Cavalls, es ir abriendo y cerrando una barrera tras otra. La estructuración del terreno, vallado para contener a los animales en sus respectivas tierras, propició la aparición de pasos para el hombre. Y como la piedra sirvió para cerrar caminos, las ramas de acebuche fueron aprovechadas para abrir el campo al hombre.
De proveedor de aperos agrícolas a artesano de la madera. La evolución de la profesión del arader menorquín, que comenzó con la fabricación de arados y otros utensilios agrícolas y terminó convirtiéndose en un artesano, ha traído consigo cambios importantes en el paisaje de la isla. Lo podemos apreciar en los caminos y sendas que recorren Menorca de arriba abajo. En cabeceros de camas, barandillas, balaustradas, vallas de fincas y villas típicas.
Pero el mayor exponente de su éxito es la barrera menorquina, la que se abre y cierra cientos de veces al día en el Camí de Cavalls. La materia prima es básica y los araders menorquines utilizan prácticamente siempre la madera de acebuche u olivo silvestre, autóctono de Menorca. Sin duda lo que más valoran estos maestros artesanos es la capacidad de sacar de la nada, un objeto. La barrera menorquina se ha convertido en un indispensable para las villas y los chalets de la isla. Además de, tabalets o taburetes, mesas y bancos de payés y balaustradas han sustituido aquellas primigenias herramientas agrícolas, que hoy en día se fabrican como elementos decorativos.
El trabajo de los artesanos araders ha servido durante años para facilitar la vida a los campesinos y ganaderos menorquines. Transmitido de generación en generación, esta bonita profesión sobrevive aún hoy gracias al refinamiento en los trabajos y a que, sin ningún tipo de dudas, sus creaciones se mimetizan a la perfección con el paisaje de la isla. No es nada raro seguir una competición, ya sea triatlón, ciclismo, running o trail y no ver, como un elemento más en la fotografía, una barandilla menorquina. Al igual que es algo perfectamente normalizado contemplar el paisaje rural de la isla, que se encuentra totalmente parcelado por muros de piedra seca, que limitan las tanques (parcelas). Estas barreras menorquinas hace tiempo que dejaron de ser elementos disuasorios para ganado, para convertirse en un elemento más del patrimonio cultural de la isla, donde sí se le ponen puertas al campo.