Tres castillos. Quince torres. Dos bastiones. Un portal. Cuatro museos. Menorca despliega su historia militar como un mapa de batalla, pero hoy, en lugar de estrategias de guerra, ofrece itinerarios de belleza. La isla, reconocida como Reserva de la Biosfera, siempre fue codiciada: su posición en el Mediterráneo la convirtió en un tablero de ajedrez donde jugaron británicos, franceses, otomanos y españoles. De aquellos siglos de tensión quedan joyas como:
Castillo de Santa Águeda (s. X): Los restos de una atalaya árabe que domina desde las alturas de Ferreries, donde el viento aún parece susurrar historias de almorávides. Un magnífico mirador desde el que admirar las vistas y apreciar el legado musulmán de la isla.
Fuerte Marlborough (s. XVIII): Una obra maestra de la ingeniería británica, tallada en la roca de Cala Sant Esteve, con túneles que serpentean como raíces de piedra.
Torre d’en Quart (medieval): La mejor conservada, cerca de Ciutadella, donde el tiempo se detuvo entre sus muros de marés. La torre, fue el dispositivo de defensa inmediato con que contaban los habitantes de las zonas más expuestas a las incursiones de los piratas. Cuando esta función estratégica dejó de ser necesaria, ya no tenía que permanecer aislada y podía iniciarse la incorporación de su espacio a la zona habitada.
Hay varias torres que recorren la costa menorquina y que en los últimos años se han reconstruido en algunos casos... Ya que permite hacerse una idea al viajero de cómo se comunicaban entre ellas cuando había una invasión o acercamiento no grato. Algunas fueron levantadas por los españoles en los siglos XVI y XVII, como la Talaia de Bajolí, la Talaia d’Artrutx, Torre d’Alcalfar o la Torre de Punta Prima. Todas ellas cumplían la misión de proteger la isla de las incursiones piratas y otomanas. Con la llegada de los británicos en el siglos XVIII, se reforzó la defensa del litoral con construcciones de la talla de la Torre de Sa Nitja, la Torre Des Castellar o la imponente Torre de Fornells.
Detalles que enamoran (y que solo un menorquín notaría)
Para pasar como todo un ocal que lleva toda su vida en la isla, aquí unos tips:
En Fornells, la torre vigía reflejada en las aguas tranquilas parece un cuadro de Dalí.
El Lazareto, la "fortaleza sanitaria" del s. XVIII, es un testimonio único de cómo la isla se blindaba contra epidemias. Conviene reservar previamente para visitarlo en la web de Menorca.
Las aspilleras de la Mola, perforadas como encaje de piedra, donde los cañones apuntaban al horizonte.
Esta ruta no es para correr. Es para perderse en sus miradores, para admirar la piedra erosionada por el viento, para imaginar a aquellos soldados que, entre guardia y guardia, también se enamoraron de este cielo azul.
"Las fortalezas son nuestro legado de piedra. No hablan de guerras, sino de cómo supimos proteger la belleza" (Un artesano de marés, en un taller de Maó).
Menorca no necesita murallas para defenderse ahora. Su patrimonio es su mejor escudo. Y, para el viajero, un regalo.