Es impresionante lo mucho que puede dar de sí una isla de unos 83 kilómetros cuadrados. Formentera es una isla tan coqueta y manejable que, estés donde estés, todo queda cerca. Iniciando nuestra visita desde el puerto de La Savina, en el noroeste, y antes de un intenso día de recorrer y buscar rincones únicos, llegamos al inicio de nuestro periplo: el faro de La Mola. Situado al este de la isla, allí se escenifica el primer gran espectáculo natural de cada jornada: el amanecer. Un lugar onírico cuyo faro fue fuente de inspiración para el eterno Julio Verne. ‘Hector Sevadac’ atesora entre sus páginas una referencia a este faro, como certifica la placa de un monolito dedicado al escritor francés, genio de la novela de aventuras.
Tras un día intenso explorando la isla; sus calas, miradores de excepción para enamorarse del azul Formentera; sus varaderos, que son Bien de Interés Cultural; esos pueblos que reflejan como nadie ese ritmo de vida made in Formentera… La luz de la tarde empieza a dar el aviso de que es hora de emprender el camino hacia nuestro último destino del día: el cabo de Barbaria. Una carretera secundaria de 9 km que parte de Sant Francesc nos lleva hasta allí.Los tres últimos, tras sortear la pequeña loma del Puig d’en Guillem, asemejan un paraje lunar donde, al final de una interminable recta, emerge sempiterno el faro de Barbaria. Este lugar de peregrinación vespertina tiene otro ritual: bajar por un agujero hasta una cueva subterránea (la Cova Foradada) con impresionantes vistas al acantilado. Barbaria se convierte cada atardecer en el majestuoso palco natural desde el que contemplar, en cautivador silencio, cómo ese sol vuelve a acunarse en el horizonte del Mediterráneo hasta desaparecer, dejando tras de sí ese rojizo rastro dando por finalizado el día en uno de los rincones más maravillosos del planeta.
¡Bona nit, Formentera!
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